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lunes, 26 de agosto de 2019

la magia del verano, y su trágico final.

Que se acaba el verano es un hecho innegable. Odiamos este momento y evitamos por todos los medios posibles admitir que ya nos alcanzó.
Esa etapa del año que deja al descubierto toda nuestra nostalgia, viniendo a nuestra mente todos esos planes que teníamos pensado cumplir, pero que, como ocurre a menudo en la vida, simplemente no sucedieron.
Y es que el final del verano lleva consigo despedidas, vueltas a la rutina, decir adiós a los amores del verano que igual que vinieron sabemos que marcharán, despedirnos de aquellas noches donde pensábamos que todo podía cumplirse y que vivíamos el ahora más que nunca, como si no hubiese nada más.
Como si todo se redujese a esos eternos días de sol y esas noches de calor, porque en verano todo es posible, porque cuando algo malo sucede damos por hecho que no sucederá en verano, porque es una estación que está rodeada de un halo de magia donde no se concibe nada más que amigos, borracheras, playa y resacas -y si no hay playa, piscina y resacas.-.
Pero hay un dicho -bastante negativo a mi parecer- que dice que todo lo bueno acaba, y es cierto.
Y quizás deba ser así, efímero, etéreo, inalcanzable verano, quizás sino perdería parte de su poder, el anhelo que sentimos los nueve meses restantes del año.

Sinceramente creo que verano se ha convertido en un concepto, e incluso en algo más, en un sentimiento, en una sensación, en una emoción.
Porque muchas canciones encierran veranos, infinitas. También muchas fotografías capturaron eternos veranos, incluso olores, como el olor del mar, encierran veranos.
Pero este verano me he dado cuenta de algo que quizás nunca antes me había hecho reflexionar.
Y es que hay personas que también son verano, o fueron verano.
Personas que entraron en nuestra vida un cálido mes de junio y se quedaron para acompañarnos durante ese periodo mágico y eterno.
Quizás esas personas ya estaban antes en nuestra vida, pero, por supuesto, esta fascinante estación hizo de nuevo de las suyas y con ese poder que la caracteriza, nos unió aún más.
Puede que el verano sea un poco como el horóscopo, algo en lo que queremos creer, algo a lo que podemos atribuir situaciones o cosas que quizás no tengan más misterio que el de la vida misma, pero el ser humano desde el inicio de su historia, se caracteriza por esa necesidad infame de creer en algo, algo que está por encima, una especie de sentido que probablemente, no exista, pero somos románticos por naturaleza y nos empeñamos en ello.

Me fascina sobremanera la existencia de las personas-verano, aquellas con las que compartes unos meses que os unen más que haber compartido trinchera en la guerra fría, pero que, una vez acaba ese idílico periodo de tiempo parece que todo vuelve a la normalidad, el agua vuelve a su cauce y de repente ya no sentís esa mágica conexión que se preveía eterna y única.
Atribuiría este suceso de nuevo a la misteriosa magia que rodea el concepto de verano, y supongo que ahora que está llegando a su fin, no voy a poder atribuir cada cosa que me suceda, se acaba la magia, los horóscopos semanales y una especie de religión en mi.
Supongo que encontraremos otros sustitutivos a esta pérdida, como la magia de la navidad, que ya está a la vuelta de la esquina.

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